martes, 12 de enero de 2016

Crisis de los 40: qué es y cómo afrontarla por David Martin Escudero


Fuente: http://www.huffingtonpost.es/david-martin-escudero/crisis-de-los-40-que-es_b_5919056.html


J., hombre de 42 años, se levanta un lunes cualquiera, ha salido el fin de semana y acumula un poco de resaca y cansancio. Toma un café, se ducha y mientras se viste se observa en el espejo. Una incipiente barriga, ojeras y canas en la barba. Se sorprende pensando que nunca ha plantado un árbol, no ha escrito jamás nada de más de 3 folios y que él sepa no ha tenido un hijo.
M., mujer de 41 años, está recostada en el sofá con la tele encendida. Escucha el ruido de los niños en el cuarto contiguo. Repasa mentalmente las cosas que tiene que hacer al día siguiente. Cada vez le cuesta más ir a trabajar. Fantasea con dar un giro a su vida. Le gustaría ir a vivir al campo, podría vender su casa y montar una casa rural.
Ambas escenas muestran facetas de una misma etapa vital, la llegada de los 40. Algunos lo definen como crisis y origen de malestar psicológico, otros preferimos hablar simplemente de cambio de perspectiva.
El concepto crisis de mitad de la vida (midlife crisis) o crisis de los 40 comenzó a ser utilizado en los años 60 en el mundo del arte. Se refería al declive creativo y de productividad que atravesaban muchos artistas al llegar a esta edad.
En la misma década y en el ámbito de la psicología, el concepto es introducido por primera vez por Daniel Levinson para describir un periodo de pérdida, cuestionamiento y búsqueda que, según sus estudios, caracterizaba a una proporción muy significativa de hombres de mediana edad.
Erik Erikson será otro autor fundamental en la génesis el concepto crisis de mediana edad. Este psicoanalista de origen alemán concibe esta etapa como una toma conciencia de las consecuencias del paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte. La teoría de Erikson gira entorno a dos conceptos. El primero, la generatividad, se refiere a aspectos tales como la capacidad para formar una familia o crecer en una profesión, y es entendido como un factor que facilita la transición a la vida adulta. Su polo contrario, el estancamiento, es entendido como la falta de evolución o crecimiento y es un factor generador de malestar psicológico.
En los años 80, el concepto se populariza y se le otorga un valor universal. Es decir, se promulga como un credo que todos y cada uno de nosotros pasamos por una etapa de crisis al pasar a la madurez. Se popularizan tópicos que asignan a cada género una forma de pasar por este periodo de la vida. Los hombres son infieles a sus esposas, compran coches deportivos, se hacen un injerto capilar y consumen alcohol de forma compulsiva. Las mujeres observan a sus hijos con desgana, tienen episodios de melancolía, recuerdan a su primer amor de juventud y fantasean con tener una aventura.
En la década posterior, se cuestionará la universalidad e incluso la propia existencia de la crisis de mediana edad. En la actualidad, el concepto a nivel teórico no genera apenas investigación. Sin embargo, ha permanecido en el imaginario popular.
Las concepciones iniciales están muy entreveradas en la época de los autores y su contexto social y cultural. En este momento, y de acuerdo a la realidad de muchas personas que se sitúan sobre los 40, las propuestas de Levinson o Erikson resultan caducas. En el discurso de estos autores existe cierto contenido moral que indica que una vida saludable se relaciona con contraer matrimonio, tener hijos y mantener un trabajo satisfactorio y estable. Lo contrario, a su entender, cuando ya no se es joven es un factor generador de malestar psicológico y comportamientos patológicos.
Más que de una crisis de los 40, podemos hablar de cambios de perspectivas o evolución personal. Es decir, por una parte, la finalización de la juventud es un momento muy subjetivo que no se corresponde con una edad biológica concreta. Por otra parte, la percepción del propio cambio de etapa vital, cuando se da, no es generador por sí mismo de malestar psicológico. Sí genera malestar la toma de decisiones precipitadas, la muerte de nuestros padres o seres queridos, la insatisfacción con nuestra forma de vida o la falta de adecuación a una nueva realidad, aquella que nos dice que "ya no tenemos 25 años". Las personas no acuden a terapia porque entren en la cuarentena, generalmente acuden porque padecen una depresión, ansiedad, duelo, conflictos de pareja, etc.
Es frecuente encontrar algunos aspectos comunes en esta generación nacida en los años 70 que, en muchos casos, se enfrenta a un cambio en su etapa de vida. A pesar de correr el riesgo de caer en las recetas, me animo a dar una serie de consejos que pueden ser útiles:
  1. No hagas caso de decálogos de consejos como este. Huye de tópicos y clichés. No todos tenemos los mismos problemas y no existen soluciones universales aplicables para todos y todas. No olvides, cada persona es un mundo (si eres una persona inteligente, dejarías de leer aquí mismo).
  2. Piensa en positivo. Si echas la vista atrás y haces balance de tu vida, intenta pensar de manera positiva. No te dejes dominar por pensamientos pesimistas, hay muchos aspectos que podrían quedar en el tintero.
  3. Tómatelo con sentido del humor. Patas de gallo, papada, canas, ojeras, michelines, calvicie ¿qué más da? No te tomes demasiado en serio, ríete de ti mismo o misma.
  4. No tomes decisiones vitales de manera precipitada. Se trata de una etapa que puede ser un momento adecuado para reflexionar y tomar decisiones importantes. Lo que conviene hacer es pararse, reflexionar, analizar la situación y actuar. Eso sí, ¡actuar!
  5. La experiencia ayuda. Procura valorar lo vivido y cómo tu experiencia te ha hecho evolucionar. Has vivido muchas cosas, positivas y negativas, y en muchos aspectos de tu vida, ya no eres una novata o novato. Aprovecha las lecciones aprendidas.
  6. La juventud no lo es todo. No te dejes intimidar por la juventud y procura no atribuir tus éxitos o fracasos a esta etapa de la vida. Ten en cuenta que eres como un buen vino, has ganado en cuerpo, presencia y gusto.
  7. No te obsesiones con los buenos propósitos. Establecer objetivos siempre es un proceso positivo, pero procura que tu vida no gire en torno a metas. No te olvides de disfrutar de lo que ya has conseguido.
  8. Planifica minuciosamente tus metas. Si te planteas objetivos, valora que estos sean realistas y alcanzables. Piensa bien qué, cómo, cuándo, dónde o con quién. Una meta realista y bien planificada tiene muchas más probabilidades de ser alcanzada.
  9. Permanece en el presente. Disfruta de lo cotidiano, dedica tiempo a saborear esos pequeños placeres. Valorar el pasado o planear el futuro no deben disminuir nuestra capacidad para disfrutar el presente.
No olvides el punto número 1. Ya sabes, no apliques al dedillo decálogos como este...
Ilustración: Elvira Zamorano

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